Cannabis: Un Siglo de Silenciamiento — Voces para los Próximos Cien Años

20 abril 2025

En 2025, el mundo alcanza un hito insólito: el Centenario Internacional de la Prohibición del CannabisSe cumplen cien años desde que el Convenio del Opio de Ginebra de 1925 incorporó por primera vez al Cannabis en la maquinaria en expansión de la fiscalización mundial de drogas, no por razones científicas o de salud pública, sino impulsado por intereses geopolíticos, lógicas coloniales y dinámicas de borramiento cultural. Cien años también desde que el Acuerdo de la Farmacopea Internacional de Bruselas de 1925 reconoció al Cannabis —en su forma de hierba, extracto y tintura— como medicamento digno de armonización normativa entre países.

Estos dos tratados centenarios marcaron un doble camino: uno de criminalización y otro de estandarización —ambos impuestos, ninguno participativo. No fueron tratados surgidos del consentimiento, sino instrumentos de control, redactados en salas de las que se excluyó sistemáticamente a gran parte del mundo, en particular a los pueblos colonizados y naciones indígenas, pero también a campesinos, comunidades rurales, urbanas y periurbanas en todo el planeta.

La historia posterior no fue lineal, sino sistémica. En 1961, la Convención Única sobre Estupefacientes reforzó y amplió la lógica de 1925, colocando al Cannabis en la Lista IV —una clasificación que operó menos como una medida regulatoria y más como una condena simbólica al ostracismo (hoy en día, gracias a los esfuerzos ciudadanos de la proto-Embajada del Cannabis, la planta ya no está en la Lista IV). A pesar de que numerosas culturas y comunidades siguieron viviendo en simbiosis respetuosa con la planta, la comunidad internacional profundizó su apuesta por un modelo punitivo, silenciando milenios de conocimiento y práctica.

Sin embargo, mucho antes de 1925, el Cannabis ya era una especie compañera de la humanidad. En todos los continentes, lenguas y tradiciones, culturales y espirituales, fue alimento, fibra, medicina, sacramento, cultura y esparcimiento. Del bhang en la India al dagga del África austral, del ma de China al cáñamo de los Pirineos, del kif mediterráneo al konopí de Europa central o a la marihuana americana, el Cannabis fue herramienta de subsistencia y portador de significado. Campesinos, curanderos y médicos, artistas y líderes espirituales —muchas de ellas mujeres— transmitieron oralmente sus saberes de generación en generación. La relación nunca fue meramente botánica; fue ecológica, social y profundamente cultural. Durante la mayor parte de nuestra historia, el Cannabis no fue objeto del derecho, sino sujeto de vida.

La ruptura llegó con la prohibición. Durante cien años, un régimen global criminalizó plantas y persiguió personas. Transformó saberes ancestrales en contrabando y a sus guardianes en criminales. El daño ha sido universal: ningún Estado, pueblo o territorio ha escapado al estigma, la violencia y el borramiento infligido en nombre de un “mundo libre de drogas”, cuando las plantas y hongos psicoactivos son consustanciales a la humanidad. Aun cuando la legalización avanza, los fantasmas de la prohibición siguen acechando a quienes mantuvieron vivas las tradiciones cannábicas en sus manos y corazones. Peor aún, muchas reformas legales han replicado las mismas injusticias que pretendían subsanar, excluyendo precisamente a quienes más sufrieron bajo el régimen prohibicionista.

Es en este contexto que surge el “Centenario 5R: 2025–2125”, no sólo como una conmemoración de cien años de políticas erradas, sino como una hoja de ruta hacia un futuro orientado por la Re-legalización y Regulación del Cannabis, así como por la Respeto, Recursos y Reparaciones de sus comunidades. En su núcleo se encuentra un cambio de narrativa: del castigo a la salvaguardia. Del silenciamiento de las culturas del Cannabis al reconocimiento de estas como patrimonios culturales inmateriales dignos de protección, conservación y salvaguarda. De la exclusión hacia la co-creación de nuevos paradigmas de regulación.

Este reconocimiento no es simbólico. Puede ofrecer blindaje jurídico y político contra violaciones de derechos humanos, represión, estigmatización y marginación, pero también contra la biopiratería y la expropiación continua de los saberes sobre plantas. Puede convertirse en un puente entre el pasado y el futuro, entre las comunidades cannábicas y la sociedad en general, y entre los Estados y las personas que han criminalizado por tanto tiempo.

El centenario de la prohibición del Cannabis no es una celebración. Es un recordatorio grave de lo que ocurre cuando el derecho internacional se aleja de la justicia y la empatía. Pero también representa una oportunidad poco común para rendir cuentas… y abrir nuevos caminos de tolerancia y entendimiento mutuo. 

Los próximos cien años deben ser distintos. Deben comenzar no con silencio, sino con escucha. No con regulación para el lucro, sino con reparación del dolor. Y no con más control, sino con el florecimiento libre y pleno de las culturas del Cannabis y sus comunidades.

Bienvenidas y bienvenidos al Centenario 5R. Legalicemos con sabiduría, regulemos con justicia, reparemos con urgencia y restauremos con equidad.

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